Jim Farley ha reconocido públicamente que han despiezado un BYD Atto 3 para descubrir sus puntos fuerte y sus debilidades.

El avance de los fabricantes chinos en el mercado mundial de automoción ya no es un rumor, ni una amenaza a largo plazo: es un hecho presente que está sacudiendo las estructuras tradicionales de las grandes marcas occidentales.
BYD, la compañía que empezó siendo apenas conocida fuera de Asia, hoy lidera la producción y venta de coches eléctricos a nivel global, superando incluso a gigantes como Tesla en ciertos segmentos. Y en Ford lo saben muy bien.
Jim Farley, el CEO de Ford, no solo lo ha reconocido públicamente, sino que además ha dado un paso que pocas veces se admite de manera tan abierta: desmontar y analizar en profundidad coches fabricados por BYD para entender cómo lo hacen.
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El gesto no ha pasado desapercibido y las declaraciones de Farley están levantando polvareda en la industria. Y es que analizar cómo BYD consigue producir vehículos eléctricos competitivos a precios tan ajustados y exponerlo públicamente no es habitual.
Que las marcas compren modelos de la competencia para estudiarlos es una práctica conocida, aunque pocas veces se admite sin rodeos. Suele ser algo que se hace de puertas para adentro, lejos del foco mediático.
Sin embargo, en este caso, Ford no solo ha reconocido haberlo hecho, sino que también ha compartido públicamente sus conclusiones, lo que está generando un interesante debate en el sector.
Farley ha dejado claro que al desmontar los coches de BYD han comprendido varias claves del éxito de la marca asiática. Una de las principales es que BYD ha logrado reducir drásticamente sus costes porque no depende de proveedores externos para fabricar sus baterías.
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Este es un factor determinante. Mientras muchos fabricantes occidentales todavía negocian con grandes suministradores de celdas y baterías, BYD controla toda la cadena, desde la química de las baterías hasta la integración en sus propios vehículos. Esto les permite recortar márgenes y ajustar precios como pocos pueden hacer actualmente fuera de China.
La sorpresa, sin embargo, ha sido doble. Ford descubrió que, a pesar de la agresividad comercial de BYD, la eficiencia de sus sistemas de propulsión eléctrica no está al nivel que cabría esperar. “Los sistemas de propulsión eléctrica de BYD no son tan eficientes como esperaban”, comentó Farley tras el análisis.
Este detalle es especialmente relevante porque demuestra que los chinos aún tienen margen de mejora en aspectos técnicos cruciales, lo que puede abrir oportunidades a marcas rivales que busquen diferenciarse por la eficiencia y la autonomía.
A pesar de este punto débil, lo que realmente preocupa a Farley y a otros ejecutivos de la industria es la velocidad a la que BYD y otros fabricantes chinos están evolucionando. “Todo el mundo habla de lo buenos o baratos que son, pero lo que realmente destaca es lo rápidos que son”, subrayó Farley, visiblemente inquieto.
No es solo que hagan coches eléctricos accesibles, es que iteran, mejoran y lanzan nuevas versiones en un tiempo récord. Mientras las marcas occidentales se ven atrapadas en procesos de desarrollo de producto que pueden durar cinco o seis años, los fabricantes chinos acortan estos plazos de forma drástica.
Esta velocidad de innovación es lo que más está alterando la estrategia de empresas como Ford, que ahora se ven obligadas a replantearse sus modelos de producción.
Farley ha sido muy claro: la industria occidental debe simplificar sus procesos y reducir la complejidad. La estructura actual de muchas fábricas es costosa, sobredimensionada y con una dependencia excesiva de proveedores externos. Ford, en concreto, ya está trabajando para revertir esta situación.
Según ha explicado el propio Farley, la compañía ha adquirido la firma AMP, especializada en mejorar la eficiencia de motores y transmisiones. Gracias a esta colaboración, Ford ya está logrando avances en eficiencia y reducción de costes, aunque el reto que tienen por delante es de gran magnitud.
El reconocimiento público de Ford sobre sus prácticas de análisis no es un simple detalle. Lo que está haciendo la marca estadounidense es, en el fondo, una llamada de atención tanto interna como al resto del sector.
El mensaje es claro: ya no basta con hacer buenos coches eléctricos, hay que hacerlos rápido, de manera eficiente y a un coste competitivo. Porque los fabricantes chinos no van a esperar.
Este movimiento de Ford, además, deja entrever que las marcas tradicionales no solo deben centrarse en mejorar su producto, sino también en revisar cómo lo producen.
Farley ha puesto sobre la mesa la necesidad urgente de reducir la huella industrial, de tener plantas más pequeñas, más automatizadas y menos dependientes de una mano de obra costosa y compleja.
La idea es simplificar, reducir los pasos y eliminar lo superfluo, una filosofía de producción mucho más cercana a la de las fábricas chinas actuales.
En el fondo, lo que se está produciendo es un choque de modelos industriales. Mientras el sistema occidental está cargado de procedimientos, homologaciones y controles que ralentizan la toma de decisiones, los fabricantes chinos están demostrando que es posible acelerar sin perder calidad.
BYD ha conseguido un equilibrio que desconcierta: coches eléctricos de precio contenido, con un nivel de acabado satisfactorio y tiempos de desarrollo muy ajustados. Y eso está poniendo contra las cuerdas a marcas históricas como Ford, que ven cómo sus modelos pierden competitividad en mercados donde el precio lo es todo.
La cuestión ahora es si las marcas tradicionales reaccionarán a tiempo. Ford, al menos, parece decidida a no quedarse atrás. Lo que ha hecho público Jim Farley, el admitir que están aprendiendo de los coches chinos solo demuestra que Ford tiene un CEO atrevido e inteligente.
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