Elon Musk desafía la rivalidad entre las dos grandes potencias y colabora con China en un proyecto de baterías millonario

En un momento donde las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos parecen marcar la agenda global, ha surgido un acuerdo inesperado.

China ha decidido asociarse estratégicamente con Tesla, la compañía estadounidense de Elon Musk, para levantar el mayor proyecto de almacenamiento energético de su territorio.

Esta colaboración, lejos de ser un mero acuerdo empresarial, refleja la capacidad de Pekín para priorizar su ambicioso plan de descarbonización por encima de los pulsos diplomáticos con Washington.

El proyecto, valorado en 4.000 millones de yuanes, lo que equivale a unos 557 millones de dólares, se erige como una pieza clave en el complejo rompecabezas energético chino.

En colaboración con China Kangfu International Leasing y el gobierno de Shanghái, Tesla instalará una gigantesca estación de baterías industriales que operará dentro del mercado eléctrico spot.

Este movimiento no solo es una respuesta directa a la creciente necesidad de gestionar la intermitencia de las energías renovables, sino que también posiciona a Tesla como un jugador imprescindible dentro de la infraestructura energética china, un espacio hasta ahora dominado por fabricantes locales como CATL y BYD.

La estructura del proyecto es técnicamente ambiciosa. Tesla aportará sus Megapacks, sistemas de almacenamiento de 3,9 MWh cada uno, que permitirán comprar energía en momentos de baja demanda para liberarla durante los picos de consumo.

Este enfoque de carga y descarga inteligente, además de mejorar la eficiencia de la red eléctrica, es vital para compensar la volatilidad inherente a las fuentes renovables, como la solar y la eólica, que en China están creciendo a ritmos vertiginosos.

No es casual que este proyecto vea la luz ahora. China cerró el año 2024 con cifras que desafían cualquier comparación: instaló 329 GW de capacidad solar, lo que representa más del 55% de las nuevas instalaciones fotovoltaicas a nivel mundial.

Las baterías de coche eléctrico ya son más baratas que los motores de combustión.

Este crecimiento, que para muchos analistas podría parecer desordenado o incluso insostenible, exige sistemas de almacenamiento cada vez más sofisticados para evitar un colapso de la red.

De hecho, el gobierno chino ha establecido como meta alcanzar 40 GW de capacidad de almacenamiento antes de finalizar 2025, y ya se especula que esta cifra podría duplicarse para 2030 si las renovables siguen creciendo al ritmo actual.

La entrada de Tesla en este escenario, donde la competencia local es feroz, es una jugada estratégica. Hasta ahora, empresas como CATL y BYD no solo lideran la producción mundial de baterías, sino que también cuentan con el respaldo político y financiero del gobierno chino.

Sin embargo, Tesla ha sabido encontrar su espacio a través de la tecnología y la velocidad de ejecución. Su recién inaugurada «Megafactory» en Shanghái, construida en apenas siete meses, comenzó a operar a principios de 2025 con una capacidad inicial de producción de más de 100 Megapacks.

Este despliegue le permite a Tesla posicionarse no solo como fabricante de coches eléctricos, sino como un proveedor esencial de infraestructura para la transición energética china.

El volumen del proyecto es impresionante. En su primera fase, la estación alcanzará los 300 MWh de capacidad, pero las previsiones apuntan a que la cifra final se medirá en varios gigavatios-hora, lo que marcaría un hito en el almacenamiento a gran escala dentro de China.

Para Tesla, este acuerdo también tiene implicaciones financieras contundentes: su división energética ya superó en 2024 los 10,860 millones de dólares en ingresos, con un margen bruto del 26,2%, lo que evidencia que la compañía empieza a encontrar en el almacenamiento un negocio tan o más rentable que el propio automóvil eléctrico.

Este pacto pone de manifiesto un principio que parece regir las decisiones estratégicas de Pekín: cuando se trata de energía y desarrollo tecnológico, las tensiones políticas pueden quedar en un segundo plano.

A pesar del endurecimiento de las relaciones comerciales con Estados Unidos y la presión de Washington para limitar la influencia tecnológica china, el gobierno de Xi Jinping ha demostrado que no está dispuesto a renunciar a la tecnología de Tesla si esta resulta esencial para su seguridad energética.

No se trata de un caso aislado de pragmatismo; China lleva tiempo tejiendo alianzas selectivas que le permitan acelerar su descarbonización sin sacrificar competitividad.

Tesla, por su parte, también ha demostrado ser capaz de navegar con habilidad en este contexto geopolítico complejo. No es la primera vez que Elon Musk desafía las narrativas oficiales estadounidenses.

Musk ha sabido cultivar una relación cercana con las autoridades chinas y, a diferencia de otras multinacionales, Tesla ha recibido un trato preferencial en cuestiones regulatorias y fiscales.

El propio Musk ha visitado varias veces el país y siempre ha evitado confrontaciones públicas con las políticas chinas, lo que probablemente ha facilitado que acuerdos como el de Shanghái hayan salido adelante.

El proyecto no solo tiene una dimensión tecnológica y económica, también apunta a reconfigurar las cadenas de suministro globales. Se espera que Tesla colabore estrechamente con CATL para abastecerse de celdas y otros componentes locales, lo que dibuja un escenario donde la tecnología estadounidense se fusiona con la capacidad industrial china.

Esta combinación podría ser vista por algunos analistas como una señal de dependencia mutua, pero también podría alimentar los debates sobre la vulnerabilidad de las cadenas de valor occidentales frente a la influencia china.

La apuesta china por las energías renovables es indiscutible. Con una capacidad instalada que ya supera los 3,348 GW, la mayor del planeta, más del 55% de la electricidad que se consume en el país proviene de fuentes renovables. Sin embargo, este liderazgo no está exento de desafíos.

La variabilidad de la generación solar y eólica obliga a contar con soluciones flexibles que permitan equilibrar la red en tiempo real. Y ahí es donde el almacenamiento masivo de energía se convierte en una prioridad absoluta para evitar apagones, caídas de tensión o incluso desperdicio de energía limpia.

El proyecto de Shanghái tampoco es un hecho aislado. En los últimos años, China ha multiplicado las inversiones en almacenamiento, con instalaciones emblemáticas como el parque de baterías de Shandong, que ya alcanza 1 GWh de capacidad.

Sin embargo, lo que diferencia a esta nueva planta de Tesla es la velocidad de su desarrollo y la escalabilidad que ofrece la tecnología de los Megapacks.

Se trata de una infraestructura capaz de responder a las necesidades del sistema eléctrico chino, que evoluciona a un ritmo difícil de igualar para otros mercados.

Este acuerdo también plantea preguntas incómodas sobre la posición de Tesla en el tablero global. Por un lado, la compañía se presenta como un actor indispensable en la lucha contra el cambio climático.

Por otro, su creciente integración en la economía china podría ser vista por algunos sectores en Estados Unidos como una señal de vulnerabilidad o incluso como una concesión estratégica.

El tiempo dirá si esta alianza es el principio de una cooperación más profunda entre Tesla y China o si se trata de un pacto puntual impulsado por las circunstancias del mercado.

Lo que sí parece claro es que este acuerdo desafía las narrativas simplistas de la guerra comercial y demuestra que, cuando la tecnología es realmente necesaria, las fronteras pueden volverse sorprendentemente flexibles.

Para China, esta colaboración es una pieza más en su ambicioso plan de alcanzar la neutralidad de carbono. Para Tesla, es una puerta de entrada a uno de los mercados más dinámicos y complejos del mundo.

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