Los taxis sin conductor de Waymo fueron el foco de la ira de las protestas de Los Ángeles.

El domingo 8 de junio de 2025, Los Ángeles vivió una jornada de caos y tensión como pocas veces se ha visto en su historia reciente.
Lo que comenzó como una protesta contra las redadas migratorias impulsadas por la administración Trump, acabó convirtiéndose en una manifestación de furia desatada que tuvo como víctimas a varios vehículos autónomos de la empresa Waymo, incendiados en pleno centro de la ciudad.
La escena, tan distópica como real, reaviva el debate sobre la fragilidad de la tecnología autónoma frente al descontento social.
Las ventas de coches eléctricos crecen a nivel global en el primer trimestre de 2025.
Las imágenes captadas por medios locales no dejaron lugar a dudas: vehículos eléctricos sin conductor ardiendo en las calles mientras los manifestantes coreaban consignas contra la policía y la política migratoria federal.
Los vídeos muestran a personas usando monopatines para romper cristales, arrancando puertas con fuerza y pintando mensajes anti-ICE (la agencia de Inmigración y Control de Aduanas) sobre la carrocería de los robotaxis.
Uno de los individuos incluso utilizó un artefacto que simulaba un lanzallamas para incendiar el interior de un coche. Todo esto en pleno día, con helicópteros sobrevolando la zona y la autopista 101 completamente colapsada tras ser ocupada por cientos de manifestantes.
Los disturbios comenzaron a tomar forma desde primeras horas del domingo. Según reportes de la Patrulla de Carreteras de California y del Departamento de Policía de Los Ángeles, alrededor de 2.000 manifestantes se concentraron en el área del Centro Cívico, una zona sensible por la presencia de edificios federales.
La situación escaló cuando los manifestantes bloquearon la autopista 101, provocando su cierre durante horas y generando un operativo policial que incluyó el uso de gases lacrimógenos, balas de goma y granadas aturdidoras para dispersar a los presentes.
En medio del caos, cinco vehículos autónomos de Waymo quedaron atrapados en la calle Los Ángeles, entre Arcadia y Alameda.
Allí, un grupo de manifestantes se abalanzó sobre ellos. En pocos minutos, tres de los cinco taxis fueron reducidos a chatarra ardiente. Mientras las llamas consumían las baterías de iones de litio, un denso humo negro se elevaba por el cielo angelino.
Varios testigos relataron que los vehículos comenzaron a tocar sus bocinas en lo que parecía una especie de intento automatizado de alerta, intensificando la cacofonía de una escena ya caótica.
El Departamento de Bomberos de Los Ángeles intervino rápidamente para sofocar las llamas, pero no antes de que se liberaran gases tóxicos derivados de la combustión de las baterías, entre ellos fluoruro de hidrógeno, altamente peligroso para quienes se encontraban cerca del foco del incendio.
El Departamento de Policía instó a la población a mantenerse alejada del área y emitió un comunicado en el que alertaba sobre los riesgos para la salud derivados del siniestro.
Waymo, la empresa filial de Alphabet (Google), confirmó a través de un portavoz que estaba colaborando activamente con las autoridades para investigar el ataque.
Si bien no se reportaron heridos, el valor estimado de los vehículos destruidos asciende a casi un millón de dólares, considerando que cada unidad Waymo puede superar los 150.000 USD.
La compañía suspendió temporalmente el servicio en esa zona de Los Ángeles, una ciudad en la que había iniciado operaciones en noviembre de 2024 tras sus exitosos lanzamientos en San Francisco y Phoenix.
El incidente no es un caso aislado. Desde su llegada a California, los vehículos de Waymo han sido objeto de ataques recurrentes.
En enero, uno fue destrozado en Beverly Grove; en febrero, otro fue incendiado con fuegos artificiales en San Francisco; y en julio del año pasado, un residente de Castro Valley fue acusado de vandalizar hasta 17 robotaxis en apenas tres días.
Estos hechos han encendido la alarma sobre la creciente hostilidad hacia los vehículos autónomos, considerados por algunos como símbolos del elitismo tecnológico en ciudades con profundas desigualdades sociales.
Las protestas del domingo no fueron una simple explosión espontánea de descontento. Detrás de la violencia subyace una narrativa compleja.
Por un lado, los manifestantes expresaban su rechazo a las políticas migratorias del expresidente Trump, quien recientemente volvió al poder y ha ordenado una serie de redadas masivas en varias ciudades del país. Por otro lado, la elección de los Waymo como objetivo no parece casual.
Los robotaxis, silenciosos y futuristas, representan para muchos una forma de automatización que avanza sin preocuparse por los sectores más vulnerables de la sociedad, desplazando empleos y ocupando el espacio público sin rendir cuentas.
Las redes sociales se llenaron de opiniones encontradas. Algunos defendieron la violencia como una forma de resistencia frente a un sistema que consideran opresor.
Otros, en cambio, denunciaron el ataque como un acto criminal que no hace más que perjudicar la causa de los inmigrantes.
La polarización quedó reflejada en foros como Reddit, donde las imágenes de los Waymo calcinados circularon rápidamente con comentarios que iban desde la indignación hasta el sarcasmo.
Desde el ámbito político, el gobernador de California, Gavin Newsom, condenó la intervención federal y calificó como “ilegal” el despliegue de fuerzas militares en el estado.
Anunció que su gobierno emprenderá acciones legales contra las redadas. Trump, por su parte, defendió su decisión y aseguró que “liberará a Los Ángeles de la invasión migrante”, una frase que encendió aún más los ánimos en una ciudad históricamente diversa y multicultural.
Las consecuencias del ataque a los Waymo no se limitan al plano material. Se abre un debate urgente sobre la seguridad de los vehículos autónomos, la legitimidad de su presencia en entornos urbanos conflictivos y la manera en que estas tecnologías se integran en el tejido social.
Por ahora, las calles del centro de Los Ángeles todavía huelen a humo y plástico quemado. La calma ha vuelto, al menos de forma superficial.
Pero el fondo del conflicto la rabia contenida, la tensión racial, el miedo a la deportación y la frustración ante un sistema que parece no escuchar sigue ahí, latente, como un tambor que no ha dejado de sonar.
Waymo, por su parte, evalúa los daños y reconsidera su estrategia en la ciudad. Pero el verdadero reto es mucho más grande que reparar unos coches: es entender que la tecnología, por muy autónoma que sea, no puede desconectarse de la realidad social que la rodea.