Cada vez más talleres reparan la batería de los vehículos eléctricos sin tener que sustituirla por completo.

El miedo a facturas desorbitadas tras un accidente ha sido una de las barreras psicológicas más fuertes contra la adopción masiva del vehículo eléctrico.
Reparar un coche eléctrico ya no es un motivo de preocupación como lo era hace unos años. Los datos más recientes indican un cambio profundo en esta tendencia.
La diferencia entre el coste de reparar un coche eléctrico y uno de combustión interna está disminuyendo rápidamente.
Esto ha sido posible gracias a una combinación de factores que afectan tanto al sector asegurador como al ecosistema técnico que da soporte a este tipo de vehículos.
Durante mucho tiempo, el mayor problema ha estado en las reparaciones derivadas de accidentes. No tanto por la frecuencia, que tiende a ser menor en coches eléctricos, sino por el coste cuando sucede.
Hace apenas un año, los datos mostraban que reparar un eléctrico con cobertura a todo riesgo costaba entre un 20 y un 25 % más que un térmico similar.
Pero el último análisis de la Asociación Alemana de Aseguradoras (GDV) muestra una bajada significativa: ahora esa diferencia se sitúa entre un 15 y un 20 %. El cambio no se debe a una disminución en el precio de las piezas, sino a una mejora general del proceso de reparación.
Los talleres, los servicios de grúa, los peritos han ido ganado poco a poco experiencia con vehículos eléctricos.
Con cada coche eléctrico que entra en sus instalaciones, perfeccionan sus tiempos de respuesta, evitan errores que antes eran habituales y aplican procedimientos más adecuados, menos conservadores y más eficientes.
Uno de los elementos más delicados en un coche eléctrico es su batería. Cuando sufre un golpe, aunque no haya daño visible, muchos talleres y fabricantes optaban por la vía más segura: sustituir la batería completa.
La batería es un componente cuyo coste podía llegar fácilmente a los 20.000 euros. Pero eso está cambiando.
Cada vez más fabricantes permiten diagnósticos modulares que permiten evaluar con precisión qué parte de la batería está afectada.
En muchos casos, basta con sustituir uno o dos módulos internos, lo que reduce de forma significativa el coste y el tiempo de reparación.
A pesar de estos avances, aún existen prácticas que influyen negativamente. Algunas compañías siguen utilizando protocolos excesivamente prudentes.
Se han dado casos en los que un coche eléctrico ha sido almacenado durante días en “cuarentena” tras un siniestro o incluso sumergido en agua como medida preventiva, procedimientos que pueden provocar daños adicionales o desembocar directamente en la declaración de siniestro total.
Pero estas situaciones empiezan a ser menos frecuentes. Con el aumento de la formación y la experiencia, los talleres ya no tratan a los coches eléctricos como una amenaza desconocida, sino como una tecnología que requiere ciertas precauciones, pero que puede manejarse con normalidad.
En paralelo, el comportamiento de los usuarios también tiene un peso importante en las cifras de siniestralidad.
Las empresas de alquiler como Hertz o Sixt han decidido reducir sus flotas de eléctricos, alegando costes de reparación elevados.
Sin embargo, es importante entender el contexto: los coches de alquiler, por norma general, reciben un trato más agresivo.
Según Bernhard Matschl, del Club de Movilidad Eléctrica de Austria, el problema no está en el coche, sino en cómo se conduce.
Muchos usuarios que no están familiarizados con la respuesta inmediata del motor eléctrico tienden a abusar de la aceleración, lo que aumenta el riesgo de accidentes.
En cambio, entre los propietarios particulares, la experiencia es distinta: hay más respeto, más conocimiento del vehículo y, en consecuencia, menos incidentes.
El informe del GDV también refleja una ligera reducción en la diferencia de frecuencia de siniestros entre eléctricos y térmicos.
Aunque los eléctricos siguen presentando menos reclamaciones con cobertura a todo riesgo, esa ventaja se ha acortado. Pasó de estar entre el 15 y el 20 % a situarse ahora entre el 10 y el 15 %.
Es decir, los coches eléctricos se accidentan menos, pero la diferencia con respecto a los térmicos ya no es tan pronunciada.
Esto puede explicarse, en parte, por su aumento de presencia en el parque móvil y por el hecho de que ya no se limitan a un perfil de conductor más cuidadoso o más urbano. El coche eléctrico se ha normalizado, y eso también se nota en las estadísticas.
Otro aspecto clave es el coste total de propiedad. Aquí es donde el coche eléctrico muestra su verdadera fortaleza.
Si bien su precio de compra puede ser más alto, y la instalación de una estación de carga doméstica añade un gasto inicial, en el día a día el mantenimiento es mucho más económico.
No hay cambios de aceite, ni correas de distribución, ni tubos de escape. Incluso los frenos sufren menos desgaste gracias a la frenada regenerativa. A largo plazo, estos factores compensan con creces las posibles diferencias en el coste de reparación.
Además, los usuarios que cargan sus vehículos con energía solar doméstica logran ahorros considerables. Según el Instituto Fraunhofer, un coche eléctrico bien gestionado puede alcanzar la paridad de costes con uno de combustión en pocos años.
Este análisis tiene en cuenta no solo las reparaciones, sino también el mantenimiento, el seguro, los impuestos y el coste energético. Se trata de una visión más global y realista, especialmente útil para quienes valoran la rentabilidad a medio y largo plazo.
En cuanto a la vida útil de la batería, otro de los grandes temores tradicionales, la experiencia acumulada comienza a desmentir los pronósticos más pesimistas.
Matschl relata el caso de un conductor de Tesla que recorrió más de un millón de kilómetros antes de tener que cambiar la batería.
Y no lo hizo porque esta se estropeara, sino porque su capacidad había disminuido hasta un punto en que ya no cumplía sus expectativas.
Esto demuestra que, con un uso responsable, las baterías pueden ofrecer una vida útil muy superior a la que se pensaba hace apenas una década.
El proceso de reparación de coches eléctricos está alcanzando un grado de madurez que hace pocos años parecía lejano.
La diferencia en costes con respecto a los vehículos térmicos no ha desaparecido por completo, pero la brecha se ha reducido de forma constante y significativa.
La transición hacia la movilidad eléctrica está avanzando no solo en las líneas de producción, sino también en los talleres, en las aseguradoras y en la percepción de los conductores.
Reparar un coche eléctrico ya no es un salto al vacío. Es una operación cada vez más habitual, controlada y con costes razonables.
Para muchos, esta certeza es el último argumento que le faltaba para dar el paso hacia la electromovilidad.
Etiquetas: Baterías.