Los eléctricos se posicionan como líderes del mercado portugués, superando a la gasolina, el diésel y los híbridos.

Agosto de 2025 marcó un antes y un después en el mercado automovilístico portugués. Estos son los datos oficiales de matriculaciones de agosto por tipo de motor:
Los coches 100% eléctricos alcanzaron una cuota del 23,7 %, por encima de tecnologías híbridas y de los tradicionales motores de combustión.
En segundo lugar quedaron los híbridos no enchufables con un 21,7 %, seguidos muy de cerca por los híbridos enchufables con un 20,9 %.

La gasolina se situó en el 18,5 %, los motores híbridos de GLP consigueron un 8,8 % y el diésel se hundió hasta el 6,3 %.
En lo que va de año, el 20,5 % de los vehículos vendidos en Portugal han sido 100% eléctricos. Un cambio profundo que refleja una transformación estructural en la forma de moverse del país.
Este fenómeno no es una sorpresa para quienes han seguido de cerca la evolución de la movilidad en Portugal. Este cambio es el resultado de una estrategia que se ha ido tejiendo con paciencia y eficacia, y que ahora da frutos visibles.
En contraposición, España ha avanzado de forma más errática. La gestión de las ayudas a la compra, canalizadas a través del plan Moves, desmotiva a muchos compradores por los plazos excesivamente largos de cobro.
Uno de los factores clave del éxito portugués reside en su política de incentivos. Durante años, el gobierno ha ofrecido subvenciones y desgravaciones fiscales para la adquisición de vehículos eléctricos.
Esta política ha conseguido derribar una de las barreras más habituales: el coste inicial de adquisición. A ello se suma un marco fiscal que exime o reduce significativamente los impuestos asociados a los coches eléctricos, lo que ha reforzado su atractivo frente a las motorizaciones convencionales.
La infraestructura de recarga también ha sido una pieza fundamental. En Portugal, esta red comenzó siendo pública y gratuita, con el objetivo de incentivar el cambio hacia una movilidad eléctrica sin depender de la iniciativa privada ni del coste para el consumidor.
Esa estrategia inicial permitió superar el temor a la autonomía y generó una primera ola de adopción con menos fricciones.
Posteriormente, con la red ya consolidada, se abrió la participación a operadores privados, consolidando un sistema más robusto y diversificado.
En el caso de España, a pesar de los retrasos iniciales en el despliegue, la infraestructura de recarga ya es suficiente en términos técnicos.
De hecho, algunos informes apuntan a que incluso puede estar sobredimensionada en relación con las ventas actuales de vehículos eléctricos. Esta situación se explica por una previsión optimista que anticipaba una adopción más rápida de la movilidad eléctrica.
La falta de puntos de recarga no es hoy un problema estructural en España. Sin embargo, muchos usuarios ya señalan el elevado precio de la carga rápida y la escasa disponibilidad de puntos de carga lenta en zonas residenciales, especialmente para quienes no disponen de garaje.
Pero no solo han sido los incentivos y la infraestructura los que han impulsado este cambio en Portugal. La sociedad portuguesa ha experimentado un notable cambio cultural.
Campañas de concienciación, políticas educativas y una creciente preocupación ambiental han creado un caldo de cultivo favorable.
El coche eléctrico en Portugal ya no es percibido como una excentricidad urbana, sino como una elección sensata, responsable y alineada con el futuro.
Portugal ha comprendido que liderar la transformación del transporte requiere coherencia entre lo político, lo económico y lo social. Y esa coherencia ha sido, precisamente, su mayor ventaja competitiva.
Mientras tanto, en España, a pesar del potencial evidente, los esfuerzos han sido menos consistentes.
Aunque se han implementado programas de ayuda como el Plan Moves, pero en muchas comunidades autónomas los fondos han sido gestionados con mucha lentitud, generando incertidumbre entre los consumidores y ralentizando el ritmo de adopción.
La brecha también se refleja en la percepción ciudadana. En Portugal, los vehículos eléctricos son vistos como un símbolo de progreso y compromiso con el medio ambiente.
En España, en cambio, aún existe cierta desconfianza alimentada por un entorno mediático hostil. Muchos medios de comunicación han contribuido a difundir mensajes alarmistas y bulos en torno al coche eléctrico, sembrando dudas sobre la duración de las baterías, el supuesto riesgo de incendios o la escasa autonomía de los modelos disponibles.
Este ataque constante al coche eléctrico, lejos de fomentar un debate serio sobre su implantación, ha erosionado la confianza del consumidor y ha frenado su avance.
Mientras en otros países se impulsan campañas informativas para combatir la desinformación, en España se ha permitido que cale una narrativa negativa que no se ajusta a la realidad técnica ni al contexto internacional.
El contraste entre ambos países duele, sobre todo teniendo en cuenta que España tiene una industria del motor mucho más grande y recursos comparativamente superiores.
Pero lo que Portugal ha demostrado es que la clave no está solo en el tamaño o la capacidad industrial, sino en la visión y la constancia.
A través de políticas coherentes, inversión sostenida y una ciudadanía cada vez más alineada con la transición energética, el país vecino ha logrado no solo liderar las cifras de ventas, sino también ganar en imagen, prestigio y posicionamiento internacional.
Lo ocurrido en agosto no es una anécdota ni una casualidad. Es el resultado de una estrategia bien ejecutada que ha permitido a Portugal adelantarse y convertirse en referente.
Portugal es un espejo en el que España se está empezando a mirar. De hecho, España lidera el crecimiento en ventas de coches eléctricos en Europa durante el último año, una señal clara de que el cambio ya está en marcha.
Ambos países, que comparten una política energética común y forman la Península Ibérica, tienen ante sí la oportunidad histórica de liderar juntos la transición hacia la nueva movilidad.
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