Solo un 3 por ciento de los propietarios de un coche eléctrico volverían a uno de combustión

Se ha hecho una encuesta a 3.746 conductores de coches eléctricos y estas son sus opiniones.

En una era en la que el debate sobre la movilidad eléctrica se ha convertido en respiración cotidiana, con focos siempre encendidos en radio, televisión, redes sociales y foros, llega una encuesta que arroja datos tan reveladores como emocionantes.

Zapmap, plataforma británica líder en geolocalización de puntos de recarga y evangelizadora de la movilidad eléctrica desde el Reino Unido, ha encuestado a 3.746 propietarios de vehículos eléctricos puros (BEV) y los resultados son una bofetada de realidad para los escépticos.

Lo primero que llama la atención: tan solo un 3 % de los propietarios de un coche eléctrico volverían a uno de combustión.

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Es decir, de cada cien usuarios de coche eléctrico solo tres se lo plantean. La cifra, por su extremada pequeñez, es casi insultante para los defensores del motor de combustión, que constantemente repiten advertencias sobre autonomía, falta de infraestructura y fallos continuos.

Este 3 % cristaliza un cambio en la mentalidad de los conductores: el resto, un llamativo 97 %, está claramente inmerso en la ola eléctrica y no muestra el menor interés en regresar al pasado. Y no es simplemente un cambio por la moda: es una evolución real que se ratifica con más argumentos.

Aquellos que ya conducen un eléctrico califican su experiencia con un imponente 87 sobre 100, una puntuación que refleja eficiencia, comodidad, y en muchos casos, orgullo por contribuir a un futuro más sostenible.

Este nivel de satisfacción parece sustentarse sobre tres pilares fundamentales: economía, eficiencia real y sensaciones de conducción.

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El coste de funcionamiento de un eléctrico sigue siendo su principal argumento: recargas más baratas que el litro de gasolina, mantenimiento mínimo y fiscales más suaves.

Con solo enchufar en casa o mientras compras, el coste por kilómetro sigue siendo notablemente inferior. Muchos propietarios han comprobado en su cuenta bancaria que el coche eléctrico es más un aliado que otro gasto mensual.

Aunque las críticas sobre autonomía siguen presentes en algunos círculos y desafortunadamente viralizadas en ocasiones, la realidad para el conductor medio es diferente.

El uso diario combina viajes breves, recarga en casa y mínimo uso de puntos públicos; todo ello reduce el impacto del miedo a quedarse en reserva.

En trayectos diarios, un abrumador 85 % de dueños de coches eléctricos, que también poseen un vehículo de combustión, elige su modelo eléctrico. Incluso en viajes largos, el 67 % opta por el eléctrico. La autonomía real, no la teórica, demuestra su capacidad operativa.

La conducción instantánea, sin vibraciones, en silencio… Podría parecer un cliché hablar de sensación de flotar, pero para muchos usuarios esta puntuación de 87 sobre 100 no es un recurso retórico, es la pura experiencia de cambio.

El coche eléctrico no es solo práctico, es un objeto de deseo y pertenencia a una visión progresista del presente: eficiencia y tecnología al volante, con menos ruido, menos emisiones y menos desgaste emocional.

El contraste con modalidades híbridas y térmicas también surge con fuerza. Los coches híbridos enchufables (PHEV) obtienen un 83 % de satisfacción frente al 89 % de los eléctricos puros.

Mientras tanto, los vehículos tradicionales rondan el 71–72 %, dejando a generaciones pasadas con un sabor clásico pero menos convincente. Esa brecha deja clara una jerarquía en la experiencia de conducción hoy: eléctrico puro al frente, seguido por híbridos, y por último, combustión.

El estudio de Zapmap no se queda en los números. Destaca también el papel real de la infraestructura, impulsada sobre todo por cargadores rápidos en autopistas y centros urbanos.

De hecho, el 51 % de los encuestados utiliza puntos públicos cada mes, y la vista general del sistema recibe un aprobado de 64 sobre 100, con un 61 % de usuarios seguros de que la red ha mejorado sustancialmente respecto al año anterior. Es decir: los nervios y críticas sobre la infraestructura siguen siendo válidos, pero la tendencia es clara y ascendente.

Por supuesto, hay cosas por pulir. No todo es perfecto: aún hay zonas con escasa densidad de carga pública, algunos costes siguen siendo altos y las recargas en entornos urbanos siguen generando cuellos de botella. Pero esas brechas ya no detienen a los usuarios: la gran mayoría acepta encarar el cambio por los beneficios que obtienen a cambio.

¿Por qué esta encuesta ha sido tan viral?. Por su contundencia: cifras tajantes como ese 3 % y la puntuación de 87 sobre 100 sembrando argumentos en titulares como «no se puede hablar más claro».

El impacto de estos datos abre la polémica: entre quienes valoran la eficiencia real, el ahorro, el silencio y la ayuda climática, y los que se aferran al calor, ruido y olor del motor tradicional.

Es un choque de identidades, donde la encuesta no es un dato frío, es una declaración invisible: la mayoría ya ha hecho click y el motor de combustión parece quedarse en el retrovisor.

¿Qué nos queda para el futuro inmediato? La encuesta sirve de guía para fabricantes, gobiernos y operadores de puntos de carga: la experiencia está cambiando y hay que acompañarla.

Las estaciones de recarga en autopistas y centros urbanos tendrán que mejorar, los tiempos de carga deberán seguir bajando y los fabricantes tendrán que continuar perfeccionando la experiencia con software, modelos más accesibles y baterías con más autonomía real.

Al mismo tiempo, esta encuesta invita al debate: ¿los que aún se resisten lo hacen por nostalgia o por necesidad?. Porque la tendencia es clara: entre quienes ya viven la movilidad eléctrica, muy pocos quieren volver al pasado.