Estados Unidos será el único país donde la movilidad eléctrica y su tecnología sufran un retroceso.

La era dorada de los vehículos eléctricos en Estados Unidos parece haber encontrado un abrupto freno, llamado Donald Trump.
Tras años de crecimiento explosivo, el país está en camino de experimentar la primera caída interanual en ventas de coches eléctricos desde 2019, según estimaciones recientes de Cox Automotive.
Lo que debía ser un camino natural hacia el liderazgo tecnológico global se ha convertido en una peligrosa marcha atrás. Y en el centro de ese retroceso aparece un nombre que se ha convertido en sinónimo de sabotaje a la innovación: Donald Trump.
En un 2025 que prometía consolidar la revolución eléctrica en el sector automotor, las cifras revelan una realidad muy distinta.
Las ventas de vehículos eléctricos caerán un 2,1 %, una disminución modesta, pero histórica, que desafía la tendencia que Estados Unidos venía liderando.
Después de que en 2024 más de 1,3 millones de estadounidenses apostaran por la movilidad eléctrica, 2025 cerrará con una venta estimada de apenas 1,275 millones.
Y no, esto no es una simple oscilación del mercado: es una consecuencia directa de decisiones políticas que han detenido la rueda del progreso.
Desde que Donald Trump retomó el protagonismo político, su agenda ha estado marcada por una clara obsesión: desmantelar todo avance que huela a modernidad o transición.
La eliminación del crédito fiscal de 7.500 dólares para compradores de vehículos eléctricos, una herramienta clave para masificar la adopción de esta tecnología, fue solo el principio.
Esta medida provocó una avalancha de compras en el tercer trimestre de 2025, con más de 400.000 vehículos vendidos. Pero una vez expirado el incentivo, el mercado colapsó. Las ventas cayeron un 46 % en el siguiente trimestre.
El actual presidente y el Partido Republicano no solo terminaron con uno de los pilares más efectivos del crecimiento tecnológico del sector automotor, también debilitaron los estándares federales de eficiencia energética, bloquearon regulaciones estatales que promovían las ventas de autos cero emisiones, e impusieron aranceles caóticos que solo introdujeron incertidumbre.
La industria del automóvil, que habían invertido miles de millones en electrificación, se encontraron de un día para otro sin un rumbo claro.
El daño ya se siente en las calles y en las plantas de producción. Modelos como el Acura ZDX, el Nissan Ariya y el Polestar 2 fueron retirados del mercado.
Ford decidió cancelar el F-150 Lightning, la versión eléctrica de su camioneta más icónica. Lo que debía ser un símbolo del nuevo rumbo tecnológico de EE.UU. terminó siendo víctima de un clima político hostil al progreso.
Lo verdaderamente alarmante no es solo la caída en las ventas, sino el mensaje que Estados Unidos le está lanzando al resto del mundo: que ya no es el referente de innovación que solía ser.
Mientras China consolida su dominio sobre la industria del coche eléctrico y Europa intenta no perder el carro de la innovación, Estados Unidos parece haberse detenido en seco, atrapado en un debate político estéril que lo aleja cada vez más de la vanguardia tecnológica.
El crecimiento de la movilidad eléctrica en todos los países del mundo es una realidad que contrasta con el retroceso que está experimentando Estados Unidos.
El país que lideró la industria tecnológica durante décadas y que hoy da la espalda al futuro. Todo por decisiones políticas miopes y cortoplacistas.
Trump no solo ha frenado un sector, ha lanzado un mensaje preocupante: que Estados Unidos prefiere mirar por el retrovisor en lugar de acelerar hacia el futuro.
La visión de una persona que viaje a una ciudad donde la movilidad eléctrica esté avanzada y disfrute del silencio en sus calles, notará un contraste brutal al visitar muchas ciudades de Estados Unidos, donde el aire cargado de olor a gasolina y el ruido constante de motores V8 delatan que está ante un país que se ha quedado atrás.
Lo más irónico es que, en plena era digital, donde la inteligencia artificial, la automatización y la transición energética están redefiniendo la economía mundial, el país que solía marcar el ritmo ahora tropieza por decisiones políticas que no entienden ni aceptan esa nueva realidad.
El mundo no va a esperar a que EE.UU. resuelva su crisis interna con los vehículos eléctricos. Las cadenas de valor ya se están moviendo, y los países que lideren esta transición dominarán la economía global en los próximos 20 años.
Los fabricantes empiezan a ajustar sus proyecciones, a cancelar lanzamientos y a reducir inversiones. No porque la tecnología no funcione, sino porque el liderazgo político ha decidido convertir la innovación en un campo de batalla ideológico. Y ahí es donde el daño es más profundo.
Algunos todavía creen que esto es una cuestión de mercado o de “libertad de elección”. Pero la realidad es otra: cuando un gobierno retira incentivos, sabotea regulaciones y genera un clima de inestabilidad, está tomando partido.
Está empujando activamente a una nación fuera del tren del progreso. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo con el legado de Trump y su cruzada contra los coches eléctricos.
Mientras tanto, en las universidades, centros de innovación y startups tecnológicas del país, miles de ingenieros, científicos y emprendedores miran con desconcierto cómo sus esfuerzos chocan con muros políticos.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI un país como Estados Unidos tenga que discutir si quiere o no avanzar hacia tecnologías más eficientes, limpias y modernas?.
El mercado podrá recuperarse. Las ventas podrían repuntar. Pero cada año que se pierde por culpa de decisiones retrógradas es una oportunidad que aprovechan otros.
Y cuando esos “otros” son potencias dispuestas a dominar los próximos 50 años de tecnología automotriz, el riesgo ya no es ideológico: es geopolítico.
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