Toyota anuncia el desarrollo de sus propias baterías de estado sólido para poder competir con China

Tras años de recelo hacia el cambio y una apuesta sin rumbo por el hidrógeno, Toyota centra su futuro en la tecnología que lideran la movilidad: las baterías del coche eléctrico.

Durante años, Toyota ha sido señalada por su falta de ambición en el campo de la electrificación y su aparente recelo al avance de sus motores híbridos.

Mientras otros fabricantes apostaban de lleno por el coche eléctrico, la firma nipona mantenía una estrategia discreta, centrada en híbridos y en el desarrollo interno de tecnologías que aún no estaban listas para el mercado.

La marca japonesa ha comprendido que, para mantener su liderazgo mundial, debe apostar decididamente por la tecnología con mayor proyección: la de los coches eléctricos.

Toyota ha anunciado que su primer vehículo eléctrico con batería de estado sólido podría ver la luz en 2027.

Con esta decisión, el fabricante japonés no solo responde a las críticas, sino que se coloca en la primera línea de una revolución tecnológica que podría cambiar el rumbo de la movilidad global.

La batería de estado sólido marca una evolución en el vehículo eléctrico, abriendo una nueva etapa en el diseño energético del automóvil.

Frente a las baterías de iones de litio tradicionales, que utilizan electrolitos líquidos, la versión de estado sólido emplea materiales sólidos, más compactos, estables y seguros.

Según Toyota, esta innovación permitirá autonomías de hasta 1.200 kilómetros y recargas del 10 % al 80 % en apenas 10 minutos.

De cumplirse, estas cifras cambiarían radicalmente la experiencia de uso de un coche eléctrico, eliminando buena parte de las preocupaciones del consumidor: desde la ansiedad por la autonomía hasta los tiempos de espera en los puntos de carga.

El desarrollo de esta tecnología no es reciente. Toyota lleva trabajando desde 2021 en colaboración con Sumitomo Metal Mining, una de las compañías más experimentadas en la producción de materiales catódicos para baterías.

La clave del acuerdo ha sido la creación de un nuevo material catódico que, según ambas empresas, resiste mejor los ciclos de carga y descarga y está listo para la producción a gran escala.

Este avance, basado en la tecnología de síntesis en polvo de Sumitomo, es una de las piezas fundamentales para hacer viable la batería de estado sólido a nivel industrial.

A este esfuerzo se suma otra alianza estratégica con Idemitsu Kosan, que ya planea la construcción de una planta de sulfuro de litio, material esencial para los electrolitos sólidos, en Chiba, Japón.

Esta instalación, con una capacidad estimada de 1.000 toneladas métricas anuales, podría entrar en funcionamiento en junio de 2027, justo a tiempo para apoyar la producción de las primeras baterías.

Estas alianzas no solo tienen un carácter técnico; también forman parte de una estrategia nacional. Japón está invirtiendo más de un billón de yenes para reforzar su cadena de valor en baterías y reducir su dependencia de mercados como China o Corea del Sur.

El cambio tecnológico que plantea Toyota va más allá del hardware. También afecta al modelo de negocio y la geopolítica de la industria del automóvil. Las baterías de estado sólido son difíciles de fabricar.

Los materiales son sensibles al oxígeno y la humedad, el ensamblaje exige condiciones de ambiente controlado y los costes de producción aún están muy por encima de los estándares actuales.

No obstante, Toyota ha apostado por avanzar sin prisa pero sin pausa. Antes del gran salto en 2027, implementará mejoras significativas en sus baterías de litio convencionales hacia 2026, como paso previo que suavice la transición tecnológica.

En términos de producto, Toyota espera que sus nuevos modelos con batería sólida alcancen cifras de autonomía entre 1.000 y 1.200 kilómetros, según la versión.

El tiempo de recarga también es revolucionario: pasar del 10 % al 80 % en 10 minutos sitúa a los eléctricos de Toyota al nivel de la experiencia de repostaje de un coche de combustión.

Si a eso se le suma una mayor vida útil, una reducción del peso de la batería y una mayor seguridad frente a incendios o sobrecalentamientos, estamos ante una disrupción de primera magnitud.

Aunque el proyecto está avanzando con paso firme, Toyota ha sido prudente en sus promesas. Los primeros vehículos comerciales con esta tecnología podrían llegar entre 2027 y 2028, pero el despliegue a gran escala no ocurrirá antes de 2030.

La razón es doble: por un lado, deben madurar los procesos de producción para garantizar calidad y fiabilidad. Por otro, la inversión inicial y el precio de las materias primas todavía impiden una comercialización masiva a corto plazo.

Aun así, la compañía confía en que su tecnología podrá escalar de forma progresiva, reduciendo costes mediante procesos optimizados y más eficientes.

En este escenario, Toyota busca consolidar una posición de liderazgo en un terreno donde otros competidores aún avanzan con cautela.

Marcas como BYD, MG, Hyundai, Mercedes-Benz o BMW están también inmersas en el desarrollo de baterías de estado sólido.

Panasonic, por su parte, ha expresado reservas y considera que esta tecnología podría mantenerse como una opción de nicho durante años.

El gigante de la automoción ha despertado y su apuesta es clara, atrás quedan las declaraciones de su CEO anunciando proyectos con hidrógeno que no van a ningún lado.

Toyota se ha dado cuenta que el presente y el futuro pasa por las baterías de los coches eléctricos y no quiere que China le arrebate su posición, hasta ahora dominante a nivel mundial.

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